23 de septiembre de 2011

Indagando en las Fuentes

Por Tatiana Kazakevich, miembro de Punto IL

“Un pueblo que no conoce su pasado, tendrá un futuro incierto”, fueron palabras de Igal Alon, comandante del Palmaj, uno de los líderes del Partido Laborista de Israel, Primer Ministro interino de Israel, miembro del Parlamento (Knéset) y ministro del Poder Ejecutivo. Con estas palabras, Shimon Edrey, Sheliaj del movimiento Bnei Akiva, dio comienzo a la nueva temática que presenta Punto IL: “El judaísmo y las fuentes”.

El Estado de Israel como hoy lo conocemos tiene 63 años pero su historia y la de su pueblo es mucho más extensa; por eso es importante remontarse hasta los tiempos bíblicos, tiempos donde los patriarcas, los reyes (Melajim), los jueces (Shoftim) y las tribus fueron los “fundadores” del pueblo judío y, de alguna manera, partícipes de la génesis de lo que hoy es Israel.

Para comenzar con esta historia, debemos remontarnos a los tiempos de los patriarcas, el primero de ellos, Abraham, quien cambió con las creencias que regían en aquel entonces siendo el primer monoteísta. Fue aquel quien superó la prueba impuesta por Dios, que constaba en el sacrificio de su hijo Isaac, convirtiéndose en el destinatario de las famosas palabras “Lej leja”, dejando atrás su ciudad natal Ur y estableciendo y un pacto que daría origen de un pueblo al que le daría la tierra de Canaán como posesión perpetua.

Luego, como segundo punto destacado de esta historia, es imprescindible citar a Jacob, hijo de Isaac, quien compró la primogenitura de su hermano Esaú por un plato de lentejas y a su esposa, Raquel, a cambio de catorce años de trabajo (después de los siete primeros, Labán lo engañó entregándole a su hija Lea; siete años más tarde le entregaría a Raquel). Dios renombró a Jacob como Israel "el que pelea con Dios", tiempo después que éste protagonizara una lucha contra un ángel (Elohim-Dios) y llegaría a ser el padre de los israelitas.

“Israel”, “Haaretz”, “Eretz Israel”, “Tierra Prometida”, “Tierra Santa”, “Medinat Israel”, “Cnaan”, “Estado Judío” son todas maneras de nombrar un aparente mismo lugar. Sin embargo, hemos aprendido que cada uno de estos nombres tiene un origen, una historia y una connotación, por lo cual surge la necesidad de tener presente aquello que subyace en los términos que utilizamos, para poder tener una mejor lectura y comprensión de lo que percibimos y lo que comunicamos.

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