28 de abril de 2009

En el 61° aniversario del Estado de Israel

David Ben Gurión declarando la independencia del Estado de Israel

Por Agustín Ulanovsky

“La fundación de Israel es un evento de la historia mundial
que se debe considerar no en el contexto de una generación o un siglo,
sino en la perspectiva de mil, dos mil o incluso tres mil años”.

WINSTON CHURCHILL
Primer Ministro Inglés

A lo largo de los siglos, los judíos soñamos con nuestro retorno a Israel y con la construcción de un hogar nacional propio en la Tierra de nuestros antepasados. Dicha ligazón, lejos de ser olvidada por un condenado exilio de cientos de años, se vio muchas veces renovada en nuestra habitual plegaria “Ba shanaa havaa ve Ierushalaim” (el año que viene en Jerusalem).

Las persecuciones, matanzas, difamaciones y muestras de desprecio sufridas mostraron a nuestra comunidad que los ideales de la Modernidad no cambiarían una historia condenada a la discriminación y exclusión. La necesidad de construir un Estado propio que nos albergase, garantizase seguridad y permitiese forjar nuestro propio destino se volvió el objetivo ineludible de todo un pueblo.

Herzl, padre fundador del Movimiento Sionista, pronosticó en 1897 que a los cinco o diez años del Primer Congreso Sionista la propuesta de un Estado Judío en Israel solo ocasionaría risas; no obstante, en cincuenta años ello sería una realidad palpable. El ideólogo de la emotiva frase “Si lo queréis, no será una leyenda” no pudo estar más acertado: las Naciones Unidas en 1947 se prestaba a votar un plan que creaba en lo que hoy es Israel un estado árabe y uno judío.

Cientos de argumentos surgen a la hora de evaluar los motivos que llevaron a la creación del Estado de Israel. Una postura simplista y errada suele atribuir como causal única y directa de este hito a la culpa que sentían distintos países por el Holocausto. Es imposible no ver a dicha barbarie como un factor decisivo pero no se puede olvidar que la lucha por el Estado Judío comenzó desde los inicios del Siglo XX. Los esfuerzos por crear colonias judías en Israel, las peripecias para estimular la inmigración legítima o ilegítima, las negociaciones diplomáticas con árabes, ingleses y gobiernos de todo el mundo y la batalla final contra una administración británica pro árabe implicaron el compromiso de varias generaciones.

Tras la barbarie nazi, una oportunidad fue vislumbrada por Ben Gurión y compañía. El escenario de posguerra con una alicaída Gran Bretaña (mandante en Israel por aquellos años) y el surgimiento de los Estados Unidos y la Unión Soviética como las dos superpotencias mundiales abrían los canales para que el sueño fuera posible.

Intensas y productivas negociaciones, algunas circunstancias fortuitas, decisiones erróneas de los árabes y un sentido de oportunidad aprovechado al máximo permitieron que el destino diese una gran chance a los judíos: la cuestión se resolvería en las Naciones Unidas.

Las desventajas no eran pocas: los países árabes contaban con 11 de los 56 miembros totales (con su consiguiente poder de negociación), la Unión Soviética y los Estados Unidos envueltos en la incipiente Guerra Fría nunca habían apoyado conjuntamente una decisión de la ONU, el antisemitismo era una marca de la época y la situación en Palestina estaba al borde de la guerra civil. Sin embargo, el sueño del Estado Judío movilizó a miles de judíos y no judíos en una de las batallas políticas y diplomáticas más resonantes de la historia. El resultado final es conocido por todos: 33 votos a favor, 13 en contra y 10 abstenciones. El sueño del Estado propio ya era una realidad.

El sentido de la oportunidad, cierta providencia, algo de suerte y los esfuerzos dirigidos para aprovechar este panorama favorable fueron los componentes fundamentales para el nacimiento de Israel. El sueño sionista se concretó en un momento histórico fortuito, abierto durante unos meses de 1947 y 1948, que permitieron la conjunción de algunos factores excepcionales que concluyeron en la Resolución 181.

De haberse demorado el análisis de la cuestión solo unos meses más, los resultados hubieran sido seguramente otros. A modo de ejemplo, la Unión Soviética tras el nacimiento de Israel inició una política antisemita extrema y Harry Truman, en Estados Unidos, se vio obligado a prestar más atención a los consejos del Pentágono y del Departamento de Estado, siempre renuentes a las pretensiones sionistas.

La victoria extraordinaria conseguida en los recintos de las Naciones Unidas respondió a numerosas causas. La Agencia Judía supo armar una estrategia coherente y factible y rodearse de aliados decisivos en lo que interpretaba que sería la única posibilidad de crear el Estado Judío. En contraposición, la postura soberbia y traicionera de los árabes les jugó en contra y aportó más respaldos al proyecto judío.

Se apeló a distintos recursos para obtener los 2/3 necesarios. Los apoyos de las dos superpotencias fueron ganados con mucho esfuerzo pero terminaron siendo decisivos. Los recursos y presiones económicas permitieron convencer a algunos Estados dubitativos y la fuerza de los argumentos esgrimidos por la diplomacia judía hizo también lo suyo. Finalmente, los estragos del Holocausto y el sentimiento generalizado de compasión colaboraron en este loable proyecto.

Muchos judíos fueron los que lo quisieron y permitieron que el sueño de un Estado Judío en Israel no fuera una mera leyenda. El exilio llegaba a su fin y comenzaba a forjarse el destino de uno de los proyectos nacionales más exitosos del Siglo XX: EL ESTADO DE ISRAEL.