8 de diciembre de 2009

América Latina frente a una Oportunidad Histórica

Por Agustín Ulanovsky, Coordinador de Punto IL, para www.revistamo.org

América Latina fue el destino común para una generación de inmigrantes judíos y árabes que soñaba con un futuro más digno. Las mismas ilusiones, miedos y desarraigo acercaban a estas colectividades que llegaban en masa a fines del siglo XIX. En la mayoría de los casos, las relaciones fueron ejemplares y exponentes de convivencia pacifica durante décadas. En los últimos años el vínculo construido con tanto esmero lamentablemente se resquebrajó producto de la desconfianza por la cooperación de círculos árabes en los dos terribles atentados en Buenos Aires y por la infiltración de células fundamentalistas islámicas en la Triple Frontera y Venezuela. No obstante, Sudamérica mantiene algunas de esas nobles características que la distinguían y sigue siendo vista internacionalmente como el lugar donde árabes y judíos han logrado efectivos canales de diálogo y entendimiento.

Merced a ello, América Latina va lentamente posicionándose como un actor de peso en el conflicto árabe israelí. Varios de los principales referentes políticos de Medio Oriente desfilaron el pasado noviembre para hacerse oír en distintos países de la región y despertaron fuertes repercusiones. Las trascendentales visitas de Shimón Peres (Presidente de Israel), Mahmoud Abbas (Presidente de la Autoridad Nacional Palestina) y Mahmoud Ahmadinejad (Presidente de Irán) en menos de quince días, habilitaron por primera vez en la historia a los gobiernos sudamericanos a involucrarse activamente en una futura mesa de diálogo entre árabes e israelíes.

Sin lugar a dudas, la figura principal de estas visitas ha sido Lula da Silva, presidente de Brasil y consolidado líder regional. El popular mandatario logró finalmente hacer ingresar a su país en las grandes ligas diplomáticas al recibir en pocas semanas a los presidentes de Israel, Palestina e Irán. Animado por su buena imagen y decidido a adquirir un mayor protagonismo internacional ocupando espacios de diálogo, Lula da Silva busca convertir a Brasil en protagonista e interlocutor de los temas que sacuden al mundo. La estrategia brasileña apunta a conseguir el apoyo necesario para un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y aumentar su influencia en la Agencia Internacional de Energía Atómica.

Aunque la visita de Ahmanidejad haya sido la apuesta más osada del gobierno brasileño, conviene preguntarse hasta qué punto las ambiciones de Brasil chocan directamente con los actuales esfuerzos del mundo occidental para frenar el programa nuclear iraní. El presidente brasileño no dejó dudas y respaldó en forma clara el polémico programa nuclear iraní, siempre que se aplique a fines pacíficos. “Reconocemos el derecho de Irán a desarrollar su programa nuclear para fines pacíficos con pleno respeto de los acuerdos internacionales”, fue la expresión de Lula da Silva. Una aprobación que contrarió la postura de las principales potencias que vienen reclamando hace tiempo la suspensión del proceso de enriquecimiento de uranio y el permiso para que los inspectores internacionales revisen las plantas nucleares por las sospechas de que el régimen en realidad esté fabricando armas nucleares de destrucción masiva.

La recepción ofrecida por Lula fue también funcional a la necesidad del presidente del teocrático régimen iraní de mostrarse legitimado a cinco meses de las fraudulentas elecciones que lo consagraron y la posterior brutal represión. Ávido de apoyos para enfrentar la creciente presión internacional por su controvertido programa nuclear, su manifiesto llamado a destruir Israel y su negación del Holocausto, Lula no hizo más que favorecer a Ahmanidejad y ubicarse junto a otros referentes en América Latina, como Hugo Chávez y Evo Morales, caracterizados por el odio visceral a los Estados Unidos e Israel. Basta con citar al presidente venezolano quien aprovechó esta visita de Ahmadinejad para arremeter una vez más contra Israel y calificarlo de “brazo asesino del imperio yanqui”.

Lula da Silva tampoco pareció reparar en que se comprobó que importantes autoridades iraníes estuvieron implicadas en los atentados terroristas perpetrados en la Argentina. Vahidi, uno de los requeridos por la INTERPOL, fue recientemente nombrado Ministro de Defensa por el “ilustre” visitante. Por ello, decepcionó que durante la visita de Ahmadinejad a Brasil, Venezuela y Bolivia, Cristina Kirchner no se mostrara inquieta ni molesta por la nula solidaridad de sus pares latinoamericanos. La presidenta argentina se limitó a condenar a Irán por negarse a dar cumplimiento a las resoluciones de INTERPOL durante la conferencia con Shimón Peres, pero debió haber sido más firme en sus reclamos y animarse a criticar a los gobiernos de Lula da Silva, Hugo Chávez y Evo Morales por recibir a quien se burla de los legítimos pedidos de colaboración en la investigación de dos atentados que dejaron más de 100 muertos.

La visita del mandatario iraní no pasó inadvertida y provocó protestas genuinas de miles de personas en Río de Janeiro, Buenos Aires, Lima, Montevideo y las principales ciudades sudamericanas. Mientras Lula calificaba como “un honor” el recibir a Ahmadinejad, representantes de organizaciones sociales defensoras de Derechos Humanos y miles de autoconvocados se manifestaban contra el gobierno brasileño por la calidad del invitado que estaba recibiendo.

Argentina fue el otro eje de las visitas en Latinoamérica. Si bien el papel que puede desempeñar en el conflicto de Medio Oriente es mucho menos relevante que el brasileño, la diplomacia local aspira a aprovechar este escenario para posicionarse ante la comunidad internacional y justificar su presencia en el G20. Por ello, Cristina Kirchner se comprometió a hacer todos sus esfuerzos para lograr una paz duradera y definitiva en Medio Oriente tras el público pedido de Shimón Peres para que contribuya al diálogo con los palestinos.

En su segunda visita a Argentina (la primera fue en 1994 como canciller del entonces primer ministro Yitzhak Rabin), Shimón Peres sorprendió a propios y extraños con una vitalidad arrolladora y un discurso valiente y cautivante. En el masivo e histórico acto que encabezó en el Estadio Luna Park, buscó contrarrestar la creciente influencia de Irán en la región y alertó sobre los peligros que el régimen encierra. Convencido de que Irán constituye una amenaza para la supervivencia del Estado judío, el Premio Nobel de la Paz lanzó fuertes críticas por los crecientes vínculos de Irán en América Latina a través de Venezuela y denunció que los vuelos de Teherán a Caracas (con escala en Damasco) no sólo traen turistas y empresarios a Sudamérica, sino también hombres de la Guardia Revolucionaria iraní destinados a ayudar en la instalación de células de Hezbollah en la región. Sumado a ello, recordó que Irán incluye en su presupuesto millonarias cifras destinadas a apoyar a los grupos terroristas Hamas y Hezbollah.

El reclamo no fue sólo de Shimón Peres. Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina, visitó Brasil, Argentina y Chile y se sumó a los pedidos israelíes para que Lula da Silva presione al mandatario iraní en pos de que deje de apoyar y financiar a Hamas, declarado rival de la ANP y del proceso de paz en Medio Oriente. El líder palestino manifestó que Hamas es “vuestro y nuestro problema” y que su postura frente a Israel es “sencillamente irracional”. Se mostró en contra de la Intifada armada y confiado de que el único camino es la negociación con los israelíes. El presidente palestino realizó esta gira en un momento especial dadas las presiones que recibe por los radicales de Hamas que consideran que permanece ilegítimamente en el poder y el estancamiento del proceso de paz.

El tiempo dirá si el incipiente rol de América Latina como interlocutor en el conflicto en Medio Oriente resulta ser una esperanzadora alternativa para un proceso que lleva ya demasiados años o una efímera coincidencia circunstancial de intereses. Esta región, rica en historias de integración y sueños cumplidos, tiene la oportunidad histórica de involucrarse y ser artífice de la paz. Para ello, los gobernantes latinoamericanos deberán, sin renegar de un diálogo constructivo, saber discernir entre un presidente premiado con el Nobel de la Paz que no duda en afirmar que a “la paz se hace como el amor, con los ojos cerrados” y otro que se ve encerrado por un espiral de violencia, amenazas y extremismo. El destino ofrece a América Latina la posibilidad de ser protagonista pero le exige coherencia, madurez y compromiso, algo que no abunda por estos lugares. Quizás sea la oportunidad para empezar a cambiarlo.

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