24 de agosto de 2011

En Israel te sentís como en casa

Por Johanna Suli, miembro de Punto IL

Hace un par de años no estaba tan entusiasmada por conocer Israel, tenía ganas de viajar por el mundo, conocer Australia, Indonesia, Fiji, Hawaii, Bora Bora…y un día me dije, “salí del secundario y me encuentro con que con la mayoría de mis amigos no comparto mis raíces”…así fue como caí en Hillel, sola, sin conocer a nadie, una noche de Stand Up, buscando una parte que claramente sentía le faltaba a mi vida.

En medio de este descubrimiento personal, conocer Israel comenzó a tomar peso en mi cabeza, comencé a sentir algo muy fuerte y muy verdadero. También podemos decir que contribuyó en parte pertenecer a Punto IL, área de la cual soy miembro desde principios del corriente año. Viajar a Bria, en mi cabeza, estaba gestado a este punto como algo bastante esperado. Tantas experiencias positivas de amigos me estaban comenzando a dar piel de gallina.

Mi experiencia, de cualquier modo, fue algo diferente a lo que yo esperaba. Realmente había puesto muchas expectativas en el viaje y a veces eso crea dentro de uno mismo, presiones. Estaba segura que al llegar a Israel me iba a poner a llorar, iba a tener revelaciones y que se me iba a mover el piso. Llegué, no lloré, ni siquiera lagrimeé. Creo que estuve la mayor parte del viaje esperando sentir eso. Fue duro ir al Kotel y ver que todos se ponían a llorar y a mí no se me movía eso. A muchos de mis compañeros, los cuales en su mayoría no estaban hasta el momento muy conectados con su parte judaica, lloraban mares. “No entiendo”, pensé en ese momento, y realmente me puse a llorar, pero no de emoción, sino de frustración. Analizándolo más tarde, comprendí que no todos se emocionan al ir al Kotel o al caminar por las calles de Jerusalem o al ir al Mar Muerto. Fue tragicómica la situación del Kotel, pero ¿para qué ocultarla si así fue? A veces tanta presión nos obstaculiza el terreno. Me di cuenta que cada uno lo toma de diferente manera y que hay gente que se emociona más fácil que otra. Me di cuenta de que –aunque parezca una nimiedad– no llorar no quiere decir no sentir o sentir menos, que no todas las personas reaccionan de la misma manera, y que a veces emociona más ir a una cena de Shabat con gente querida o participar de una actividad en la comunidad, que al realizar otro tipo de actividades.

Durante el viaje aprendí mucho, tuve la suerte de tener un gran guía, Mark Shapira. Puedo decir honestamente que ese hombre goza de muchas virtudes, tres las cuales voy a recalcar: es muy sabio, muy entretenido y por sobre todo, es muy apasionado por su trabajo. Mark fue probablemente lo más enriqueció mi viaje. Yo tenía en claro que no quería que fuese un viaje más, quería aprender y absorber todo lo que pudiese…

En resumen, aprendí muchas cosas, pero más que nada, aprendí que uno no tiene que dejar crecer tanto sus expectativas al punto que las mismas se conviertan en responsabilidades. Aprendí que, en casos como este, hay que sentir en vez de pensar. Conocí muchos lugares interesantes, estuve en la frontera con la Franja de Gaza, en Yad Vashem, en las alturas del Golán, en el mismísimo lugar en donde se declaró el Estado de Israel…estar ahí realmente me emocionó. Pasé Shabat en Jerusalem, conviví con soldados e intenté abrir mi cabeza lo más posible. Creo que fue un viaje muy positivo, pero sé que el próximo que haga a este destino lo voy a vivir de manera diferente, voy a intentar conectarme más con la gente local, absorber cuanto más pueda la cultura y por sobre todo, formarme junto a mis compañeros y amigos de Punto IL, los cuales semana a semana la reman con pasión para hacer de este espacio algo de lo cual todos nos sentimos parte y estamos orgullosos. Una sola cosa más quiero aclarar… cuando la gente dice “En Israel te sentís como en casa”… tienen toda la razón.

1 comentario:

  1. Qué lindo texto. Muy bueno Johanna. Me alegro mucho. Aguante punto il.
    Saludos!

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