10 de febrero de 2011

A la extrema Izquierda argentina

Por Agustín Ulanovsky, Coordinador de Punto IL, para http://www.revistamo.org/

Señores de la extrema izquierda argentina: sé que perdieron hace tiempo su capacidad de escucha y reflexión por lo que probablemente hagan oídos sordos a este humilde artículo. No me hace falta más que ver los pañuelos con los que tapan sus caras y los palos con los que amenazan y golpean a las víctimas circunstanciales que rodean sus actos para comprender su concepción de la convivencia, la diversidad y la democracia. ¡Cuán desviados se encuentran de aquellas banderas que alguna vez la izquierda supo representar! De defensores de la libertad para todos por igual a aliados y soportes de los regímenes más teocráticos y despóticos del mundo. De portavoces de un discurso amplio y progresista a un mensaje autista y totalitario. De ejemplos y esperanza para millones a refugio para unos cuantos resentidos, obtusos y fanáticos.

Señores de la extrema izquierda argentina: sus síntomas evidencian su estado crítico. La severa y evidente paranoia que los aqueja les provoca delirios desconectados de la realidad y a insistir en imaginarios complots. ¡Cómo no comprender entonces la agresividad que expresan hacia su entorno! ¡Cómo no entender que cualquiera que no concuerde con sus rígidos postulados es un traidor aliado de “la oculta red imperialista que pretende destruirlos”!

Se preguntarán el por qué de este reproche: mi respuesta no es otra que la indignación que me invade por su nuevo acto de vandalismo. Su graffiti de “ISRAEL GENOCIDA” en el mayor ícono de la Ciudad de Buenos Aires, como lo es el Obelisco, me indigna más por su simbolismo que por su absurda difamación. Para los porteños, el Obelisco es un amigo, un habitante más de la ciudad. Él es tan suyo como de todos nosotros y quién no tiene por costumbre compartirle al monumento sus mayores alegrías, esperanzas y, por supuesto como argentinos que somos, sus penurias. Me animaría a decir que el Obelisco simboliza nuestra convivencia cotidiana y los deseos de progreso que tenemos como sociedad. ¡Contra todo eso atentaron cuando impunemente volcaron su propaganda difamatoria en las paredes de nuestro Obelisco!

Su obstinación contra Israel, su banalización de términos tan sensibles como “genocidio” o “apartheid” o que sigan representando al sionismo como el mal absoluto, no muy lejos de aquel antisemitismo clásico que equiparaba al judío con el peor de los males, ya no me sorprende. Si hasta una sonrisa me sacan porque soy consciente de que cuando insisten en imputar las mayores injurias e injusticias del mundo a Israel, justamente a Israel, no están haciendo más que copiar lo que sus referentes de la extrema izquierda europea han venido difundiendo desde que se convirtieron en la principal aliada y soporte del extremismo islámico.

Señores de la extrema izquierda argentina: su objetivo es claro. Utilizar cualquier recurso y oportunidad para convertir al sionismo (y por ende al Estado de Israel) en una entidad negativa, impopular, destinada a ser rechazada con miras a facilitar su ulterior destrucción. Su discurso, impregnado de fobia a la libertad, a la crítica abierta y al debate, encuentra múltiples puntos en común con los actuales líderes del radicalismo islámico y paradójicamente con sus opuestos de la extrema derecha a la que tanto dicen combatir. Todos juntos impulsan una versión del mundo maniquea y simplista dominado por un difuso enemigo elegido convenientemente: “el malvado imperialismo sionista”. Este enemigo, que debe ser extirpado, les permite explicar todo lo malo que acontece.

A esta altura ya me resigné a todo eso pero como porteño me sigo indignando a sus “ofrendas” de intolerancia y autismo, a sus caras tapadas con pañuelos, a sus palos preparados para golpear a quien se les cruce y a sus amenazas. Su mensaje ya no es más progresista, es intolerante y autoritario. Ya no son ejemplo para millones sino reductos de resentidos, obtusos y fanáticos. Ya no defienden a los que en serio pelean por sus derechos y libertades, sino que deciden sus apoyos conforme a quienes mejor respondan al rígido y represivo proyecto que representan. Como en las más tristes historias, la paranoia y los delirios terminaron por robarles lo más valioso que tenían: sus banderas e ideales.

No dejemos que el mayor ícono porteño se contagie y sea símbolo de intolerancia y extremismo. Recuperémoslo como representante de la sociedad amplia y pluralista con la que todos soñamos.

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