Irán es un Estado clerical autoritario sometido al poder religioso de los ayatollahs, clérigos musulmanes que controlan Irán luego de la revolución que encabezó Ruhollah Khomeini. Por ello, la constitución islámica que allí rige establece que la autoridad de un presidente y de una asamblea legislativa elegidos por el pueblo está subordinada a un Líder Supremo ("representante de Dios sobre la tierra"). Este ayatollah, por su parte, es designado en un colegio denominado Asamblea de Expertos.
Es un esquema complicado de entender, como si el sueño de Platón de una forma de gobierno supervisada por guardianes que detentan el saber filosófico, hubiese renacido en la clave de un dogmático clericalismo. En Irán los guardianes son los ayatollahs y en su cima un conductor que, en lugar de ser un rey filósofo, asume la condición de un monarca religioso. Todo en el marco de una economía petrolera, base material para el desarrollo nuclear y de una política de expansión de tintes terroristas dirigida a la eliminación del Estado de Israel y de la cual hemos padecido en nuestro país.
Quien llevó adelante este designio es el presidente Mahmoud Ahmadinejad, ahora reelecto en una elección cuestionada por movilizaciones populares que condenan el fraude perpetrado. Para que este fenómeno ocurra es necesario que se dividan ambos poderes, el político y el religioso. Ahmadinejad dispone, en este sentido, de importantes recursos en el ejército, en la burocracia central y en los gobernadores de provincia, y en los medios de comunicación.
Asistimos pues al disparo de una aventura. Pero este ascenso, seducido por el proyecto de construir una agresiva potencia nuclear, no habría sido posible si Ahmadinejad no hubiese contado con el apoyo de la facción más extrema dentro del poder religioso de los ayatollahs, en el séquito dirigido por Mohammed Taki Mesbah Yazdi que busca eliminar las elecciones. Es un absolutismo que calza con las pretensiones de Ahmadinejad y su deseo de acumular poder en un sistema aparentemente fragmentado.
De esta estructura mixta con predominio religioso, deriva en Irán un régimen de padrinazgos y de clientelas clericales que giran en torno al sumo guardián entre los ayatollahs, el líder supremo Ali Khamenei. En estos días la situación de Khamenei oscila entre el respaldo que, desde 2005, otorgó a Ahmadinejad y los signos de advertencia que brotaron de este cruento enfrentamiento electoral. En este cuadrante de la oposición, con sus decenas de muertos y centenares de heridos, las relaciones entre política y religión se repiten al modo de un calco.
El candidato que confrontó a Ahmadinejad es Mir Hossein Moussavi, un reformista, que obtuvo la fervorosa adhesión de amplios sectores de la sociedad civil, a quien el gobierno le aplicó la inyección letal del fraude. Sin embargo, Moussavi no habría podido llevar adelante esta acción contestataria de no contar con la asistencia de otro ayatollah, el ex presidente Hashemi Rafsanjani. Tímido reformista durante su gestión presidencial, hoy Rafsanjani buscaría ascender a la condición de líder supremo para suceder a Khamenei.
Hay pues un doble combate: el que se libra en las calles de las ciudades iraníes y el que se libra en las alturas del mundo de los clérigos, en sus centros de estudios, mezquitas y ciudades sagradas. Es una lucha que se desata simultáneamente en los dos carriles por que transcurre la vida política en Irán y, al mismo tiempo, los interpenetra. Al entrar en colisión, el electorado paga el precio de este choque.
¿Afectará este conflicto el fundamento religioso del orden político? ¿O, más bien, esta dialéctica entre clérigos conservadores y reformistas conservará intacto el Estado clerical con algunos cambios de cosmética? Las respuestas urgen porque si esta disputa se redujese a morigerar un poco desde arriba la concepción reaccionaria de la sociedad, sin afectar los datos esenciales de la política exterior, entonces las recientes convulsiones podrían ser en vano. Irán seguirá persiguiendo el objetivo de convertirse en una potencia nuclear no confiable en el sistema internacional.
Por otra parte, para Moussavi y Rafsanjani, el desplazamiento de Ahmadinejad del cargo de presidente parece por ahora difícil de consumar, con lo cual las perspectivas para la sociedad iraní seguirán siendo a corto plazo oscuras. Quedarían por cierto de pie las lecciones inherentes a este conflicto. Son muestras palmarias de la autonomía que las sociedades civiles están adquiriendo en el mundo. Luego de esta experiencia, es claro que el control clerical no recibe en Irán la adhesión sumisa de las masas a través de comicios entendidos como mero ritual ratificatorio.
De aquí en más, esta cuestión permanece abierta. Si, en suma, ese control inquisitorial, condimentado por el poder de fuego de la represión, podrá conservarse a despecho del sacrificio de las víctimas. Por algo cayeron, tal vez porque ese clamor ciudadano contiene también un clamor por la paz. ¿Se podrá entender el mensaje? ¿Podrían abrirse los dogmas aplicados con omnipotencia a las razones y pasiones que en su decurso arrastra el ejercicio de la soberanía del pueblo? Vieja querella que nos acompañó durante siglos a los occidentales y que hoy se pone a prueba en Irán.
Estimados,
ResponderEliminarEn el quinto y sexto párrafo tipearon "Khameini" en vez de Khamenei. Es un error menor pero harían bien en corregirlo dado que la similitud con Khomeini puede generar confusiones entre sus lectores.
Saludos.
Estimado Ezequiel: te agradecemos el comentario. Estuvimos contejandolo pero evidentemente surgen notas con ambos nombres. Estaremos profundizando.
ResponderEliminarSaludos!